La Batalla Mountain Bike volvió a teñir de color y emoción a Tucumán desde bien temprano en la mañana del domingo, cuando el reloj marcaba las ocho, la plaza Independencia estaba desbordada de bikers, familias y curiosos que se acercaban para vivir una jornada que ya es tradición dentro del calendario deportivo. El evento reunió a más de 800 ciclistas distribuidos en tres distancias, 100, 80 y 50 kilómetros, con la exigencia física como denominador común. El paisaje urbano se transformó rápidamente en algunos minutos, toda la logística se trasladó a El Cadillal, donde los gazebos de distintos equipos y grupos de entrenamiento que desplegaron sus colores y banderas, coparon el predio ubicado a metros del dique.
El clima acompañó de manera ideal. Un sol suave, de esos que no agobian, fue testigo del inicio de la travesía que llevó a los corredores desde el corazón de la ciudad hasta los paisajes verdes de El Cadillal. Desde temprano, familiares y amigos ocuparon lugares estratégicos para alentar, sacar fotos y aplaudir cada llegada. Niños en hombros de sus padres, parejas que esperaban a los suyos con emoción, compañeros de equipo que se abrazaban inmediatamente cruzaban la línea de meta. En toda la jornada se respiró camaradería y espíritu deportivo. Lo que se vivió fue mucho más que un desafío físico: fue un encuentro con la naturaleza y con la comunidad.
Entre los más de 800 participantes estuvo Gaspar Rogala, quien vivió su primera experiencia en esta competencia y decidió enfrentar el recorrido más exigente: los 100 kilómetros. Con apenas un año y dos meses desde que compró su bicicleta y tras tres meses de entrenamiento específico, se animó a esta aventura que marcará sin dudas un antes y un después en su vida deportiva. “Hice seis horas justito. La verdad que era un desafío nuevo para mí, me preparé con mucho esfuerzo y disfruté cada tramo. Creo que en la subida a San Javier rompí mi propio récord, fue espectacular”, contó todavía con la emoción intacta al cruzar la meta.
Gaspar trabaja en una concesionaria, y compagina su vida familiar y laboral con el entrenamiento. En su voz se notaba que para él, mountain bike, es más que un deporte, es una escuela de disciplina y superación personal. “Me di cuenta de que con organización se puede ser esposo, hijo, padre, trabajador y al mismo tiempo entrenar para una competencia de este nivel. Este deporte me enseñó a que con constancia siempre se puede llegar más lejos”, afirmó. El esfuerzo de cada día de preparación rindió sus frutos y, como él mismo señaló, la experiencia de competir le permitió comprobar que la motivación de sus compañeros y el aliento de su familia fueron motores indispensables. “En la competencia mis compañeros no dejaron de alentarme y eso es clave. Lo más lindo es saber que no corrés solo, que siempre hay alguien empujándote desde atrás con palabras de ánimo”, agregó con una sonrisa.
A medida que los bikers cruzaban la línea, las emociones se desbordaban. Se veían lágrimas de alegría, abrazos interminables y hasta algún grito liberador que resumía horas de sacrificio y entrenamiento. En muchos casos, los corredores fueron recibidos por sus hijos, que corrían hacia ellos para abrazarlos, o por parejas que aguardaban con los brazos abiertos, orgullosas del esfuerzo de sus seres queridos. El olor a asado se multiplicaba a medida que pasaban las horas, mientras los grupos improvisaban celebraciones bajo los gazebos. La música, los aplausos y el sonido de las bicis que todavía llegaban se convirtieron en la banda sonora de una jornada inolvidable.
Benjamín López, al terminar los 80 kilómetros, resumió lo que muchos sentían: “Este es el tipo de competencia que te llena el corazón. Uno entrena, se exige y sufre en las subidas, pero cuando llegás y ves a tu familia esperándote, todo tiene sentido”. Las frases se repetían con matices similares, remarcando el valor del compañerismo, de la naturaleza que rodea el recorrido y de la satisfacción de superar límites personales. La ruta hacia El Cadillal fue un reto para las piernas y para la mente, pero también una postal que quedará grabada en la memoria de todos: la vegetación cerrándose sobre los caminos, el sol filtrándose entre las ramas, las bajadas vertiginosas que exigían máxima concentración y la paz del dique recibiendo a los ciclistas en la recta final.
Gaspar, como muchos otros, confesó que al principio se había inscrito con cierto temor, casi a último momento, pero que finalmente la experiencia lo transformó. “Me inscribí ayer, no sabía cómo iba a llegar con los entrenamientos. Pero la verdad es que disfruté muchísimo de la competencia. Trabajamos mucho la resistencia en los entrenamientos y hoy se notó. Fue una experiencia increíble”, dijo con los ojos brillantes, todavía con la bicicleta apoyada a su lado y con las marcas de tierra y esfuerzo en el rostro.
El evento cerró como había empezado: con música, con abrazos y con el calor humano que caracteriza a este tipo de competencias. La Batalla Mountain Bike volvió a confirmar que es un encuentro con la naturaleza, con la familia y con la capacidad de superarse. Es un recordatorio de que detrás de cada pedaleada hay una historia de esfuerzo, de sueños y de comunidad.